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nerviosa la imagen de su dios protector, que le colgaba del cuello, y agregó-. Amboola tena la
garganta desgarrada a dentelladas, y las marcas de los dientes no se parecan en nada a las de un león u
otro animal salvaje, sino que parecan hechas con la hoja de una navaja de afeitar.
-Cundo ocurrió esto?
-Hacia medianoche. Los centinelas de la parte inferior de la torre, que estaban de guardia junto a las
escaleras que llevan hasta el calabozo, le oyeron gritar. Subieron corriendo, entraron en la celda y lo
encontraron como ya te he dicho. Yo dorma en el piso inferior, como t me ordenaste. Cuando vi
aquello vine directamente hacia aqu, pidiendo a los guardias que no le dijesen nada a nadie.
Tuthmes esbozó una sonrisa muy poco agradable y luego murmuró con gesto fro e impasible:
-Ya conoces los raptos de ira de la reina Tananda. Una vez que hubo encerrado a Amboola y a su primo
Aahmes en la prisión, bien pudo mandar que aqul fuese asesinado y que maltrataran su cadver para
que pareciese la obra de un monstruo que amenaza estas tierras desde hace tiempo. No crees? -El
ministro pareció comprender. Tuthmes cogió a Afari por un brazo y agregó-: Ahora vete y acta antes
de que la reina se entere. En primer lugar, lleva un destacamento de lanceros a la Torre Roja y mata a
los guardias que estaban all cuando murió Amboola; alega que se descuidaron durante su guardia y
que los encontraste dormidos. Asegrate de que se enteren de que lo haces por orden ma. Eso les har
pensar a los negros que yo he vengado a su comandante y de ese modo quitamos un arma poderosa de
las manos de Tananda. Mata a esos guardias antes de que lo haga ella.
Luego extiende el rumor entre los dems jefes. Si Tananda trata de esa manera a los poderosos de su
reino, todos debemos estar alerta.
Por ltimo, vete a la Ciudad Exterior y busca al viejo Ageera, el hechicero. No le digas directamente
que fue Tananda quien ordenó hacer esto; sugirelo, tan sólo.
Afari se estremeció y repuso:
-Cómo puede un hombre corriente mentir a ese demonio? Sus ojos son como brasas ardientes y
parecen mirar desde profundidades insondables. En varias ocasiones he visto cómo haca andar a los
cadveres y cómo haca chirriar las mandbulas huesudas de una calavera.
-No necesitas mentirle -dijo Tuthmes-. Insinale tan sólo tus sospechas. Al fin y al cabo, si fue
realmente un demonio quien asesinó a Amboola, tuvo que ser invocado por algn ser humano. Tal vez
la reina Tananda se encuentre detrs de todo esto. Ahora vete! No pierdas ms tiempo!
Cuando Afari hubo partido despus de mascullar algo incomprensible acerca de las órdenes de su
amo, Tuthmes permaneció un momento en el centro de la estancia, cuyas paredes estaban cubiertas
con tapices de increble magnificencia. Un humo azul escapaba de un incensario de latón perforado
que se encontraba en un rincón.
-Muru! -llamó Tuthmes finalmente.
Se oyó un rumor de pies desnudos. Alguien apartó un tapiz de color escarlata que cubra una puerta y
un hombre muy alto y delgado entró en la habitación, bajando la cabeza para no chocar con el dintel.
-Aqu estoy, se or -dijo el recin llegado.
El hombre, que aventajaba en estatura a Tuthmes, vesta una especie de toga de color escarlata que
colgaba de su hombro. A pesar de que su piel era negra como el azabache, sus facciones eran enjutas y
aquilinas, como las de los hombres de la casta dominante de Meroe. Llevaba el pelo cortado en forma
desusada, como una fantstica cresta.
-Ya est de nuevo en su celda? -inquirió Tuthmes.
-As es.
-Est todo en orden?
-S, mi se or.
Tuthmes frunció el ce o y dijo:
-Cómo puedes estar seguro de que obedecer siempre tus órdenes y de que volver luego a ti?
Cómo sabes si algn da, cuando le dejes en libertad, no te matar para huir luego hacia cualquier
dimensión infernal que considere su hogar?
Muru extendió las manos y declaró:
-El hechizo para dominar al demonio que aprend de mi antiguo maestro, el brujo estigio exilado,
jams me ha fallado.
Tuthmes observó al hechicero con una mirada escrutadora y dijo:
-Me parece que vosotros, los brujos, estis la mayor parte de vuestras vidas en el exilio. Y si un
enemigo te soborna para que liberes al monstruoso demonio?
-Oh, se or, no debes pensar eso! Sin tu protección, qu sera de m? Los kushitas me desprecian,
pues no soy de tu raza, y por las razones que ya conoces, no puedo regresar a Kordafa.
-Bueno. Cuida bien a tu demonio, pues es posible que pronto volvamos a necesitarlo. A ese necio y
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