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seguir.
Toda la psicologa de la envidia est sintetizada en una fbula,
digna de incluirse en los libros de lectura infantil. Un ventrudo sapo
graznaba en su pantano cuando vio res-plandecer en lo ms alto de las
toscas a una lucirnaga. Pensó que ningn ser tena derecho de lucir
cualidades que l mismo no poseera jams. Mortificado por su propia
impotencia, saltó hasta ella y la cubrió con su vientre helado. La ino-
cente lucirnaga osó preguntarle: Por qu me tapas? Y el sapo, con-
gestionado por la envidia, sólo acertó a interrogar a su vez: Por qu
brillas?
II. PSICOLOGA DE LOS ENVIDIOSOS
Siendo la envidia un culto involuntario del mrito, los envidiosos
son, a pesar suyo, sus naturales sacerdotes.
El propio Hornero encarnó ya, en Tersites, al envidioso de los
tiempos heroicos; como si sus lacras fsicas fuesen exiguas para expo-
nerlo al baldón eterno, en un simple verso nos da la lnea sombra de su
moral, dicindolo enemigo de Aquiles y de Ulises: puede medirse por
las excelencias de las personas que envidia.
Shakespeare trazó una silueta definitiva en su Yago feroz, alm-
cigo de infamias y cobardas, capaz de todas las traiciones y de todas
las falsedades. El envidioso pertenenece a una especie moral raqutica,
mezquina, digna de compasión o de desprecio. Sin coraje para ser
asesino, se resigna a ser vil. Rebaja a los otros, desesperado de la pro-
pia elevación.
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El hombre mediocre donde los libros son gratis
La familia ofrece variedades infinitas, por la combinación de
otros estigmas con el fundamental. El envidioso pasivo es solemne y
sentencioso; el activo es un escorpión atrabiliario. Pero, lgubre o
bilioso, nunca sabe rer de risa inteligente y sana. Su mueca es falsa: re
a contrapelo.
Quin no los codea en su mundo intelectual? El envidioso pasivo
es de cepa servil. Si intenta practicar el bien, se equivoca hasta el ase-
sinato: dirase que es un miope cirujano predestinado a herir los órga-
nos vitales y respetar la vscera cancerosa. No retrocede ante ninguna
bajeza cuando un astro se levanta en su horizonte: persigue al mrito
hasta dentro de su tumba. Es serio, por incapacidad de rerse; le ator-
menta la alegra de los satisfechos. Proclama la importancia de la so-
lemnidad y la practica; sabe que sus congneres aprueban tcitamente
esa hipocresa que escuda la irremediable inferioridad: no vacila en
sacrificarles la vida de sus propios hijos, empujndoles, si es necesario,
en el mismo borde de la tumba.
El envidioso activo posee una elocuencia intrpida, disimulando
con nigaras de palabras su estiptiquez de ideas. Pretende sondar los
abismos del espritu ajeno, sin haber podido nunca desenredar el pro-
pio. Parece tener mil lenguas, como el clsico monstruo rabelesiano.
Por todas ella destila su insidiosidad de viborezno en forma de elogio
reticente, pues la viscosidad urticante de su falso loar es el mximum
de su valenta moral. Se multiplica hasta lo infinito; tiene mil piernas y
se insina doquier; siembra la intriga entre sus propios cómplices, y,
llegado el caso, los traiciona. Sabindose de antemano repudiado por la
gloria, se refugia en esas academias donde los mediocres se empampa-
nan de vanidad si alguna inexplicable paternidad complica la quietud
de su madurez estril, podis jurar que su obra es fruto del esfuerzo
ajeno. Y es cobarde para ser completo; se arrastra ante los que turban
sus noches con la aureola del ingenio luminoso, besa la mano del que
le conoce y le desprecia, se humilla ante l. Se sabe inferior; su vani-
dad sólo aspira a desquitarse con las frgiles compensaciones de la
zangamanga a ras de tierra.
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Jos Ingenieros donde los libros son gratis
A pesar de sus temperamentos heterogneos, el destino suele
agrupar a los envidiosos en camarillas o en crculos, sirvindoles de
argamasa el comn sufrimiento por la dicha ajena. All desahogan su
pena ntima difamando a los envidiados y vertiendo toda su hiel como
un homenaje a la superioridad del talento que los humilla. Son capaces
de envidiar a los grandes muertos, como si los detestaran per. sonal-
mente. Hay quien envidia a Sócrates y quin a Napoleón, creyendo
igualarse a ellos rebajndolos; para eso endiosarn a un Brunetire o un
Boulanger. Pero esos placeres malignos poco amenguan su desventura,
que est en sufrir de toda felicidad y en martirizarse de toda gloria.
Rubens lo presintió al pintar la envidia, en un cuadro de la Galera
Medicea, sufriendo entre la pompa luminosa de la inolvidable regencia.
El envidioso cree marchar al calvario cuando observa que otros
escalan la cumbre. Muere en el tormento de envidiar al que le ignora o
desprecia, gusano que se arrastra sobre el zócalo de la estatua.
Todo rumor de alas parece estremecerlo, como si fuera una burla
a sus vuelos gallinceos. Maldice la luz, sabiendo que en sus propias
tinieblas no amanecer un solo da de gloria. Si pudiera organizar una
cacera de guilas o decretar un apagamiento de astros!
Lo que es para otros causa de felicidad, puede ser objeto de envi-
dia. La ineptitud para satisfacer un deseo o hartar un apetito determina
esta pasión que hace sufrir del bien ajeno. El criterio para valorar lo
envidiado es puramente subjetivo: cada hombre se cree la medida de
los dems, segn el juicio que tiene de s mismo.
Se sufre la envidia apropiada a las inferioridades que se sienten,
sea cual fuere su valor objetivo. El rico puede sentir emulación o celos
por la riqueza ajena; pero envidiar el talento. La mujer. bella tendr
celos de otra hermosura; pero envidiar a las ricas. Es posible sentirse
superior en cien cosas e inferior en una sola; ste es el punto frgil por
donde tienta su asalto la envidia.
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