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especialmente para la nueva nobleza britnica, Francia era el enemigo.
La transformación que las relaciones exteriores de Inglaterra experimentan a fines
del siglo XVII queda reducida a dos etapas muy claramente definidas es la primera la
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En 1690.
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Jacobita irlands (1645-1693).
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Tratado de Limerick (1691).
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llegada de un monarca holands, y la segunda, la de un monarca alemn. En la pri- mera
aparecen todas aquellas circunstancias que pueden hacer de un rey extranjero un rey
natural. En la segunda, hasta las circunstancias que pudieran hacerlo natural, sólo
contribuyen a hacerlo necesario. Guillermo de Orange fue como un caón metido en la
brecha de un muro; caón extranjero, ciertamente, y que sirvió para una contienda ms
extranjera que inglesa, pero contienda en que Inglaterra y, sobre todo, su aristocracia se
jugaban mucho. Pero ya Jorge de Hannover era simplemente un objeto extrao metido en
un agujero del muro por los aristócratas ingleses, quienes advirtieron prcticamente que
no trataban ms que de rellenar el hueco con basura. Guillermo, aunque cnico, pudo
crearse la leyenda del ms severo y adusto puritanismo. Por sus convicciones privadas,
era un calvinista. Pero de Jorge nadie sabe lo que fuera, excepto que no era católico:
Guillermo haba sido en su tierra un magistrado, en parte republicano, de lo que un tiem-
po fue un experimento puramente republicano; y esto, a la luz de los ideales del siglo
XVII, ms claros, si ms fros. Jorge haba sido en la suya algo como lo que era en su
tierra el rey de las islas de los Canbales: un gobernante salvaje y personal, ni siquiera lo
bastante lógico para merecer el nombre de dspota. Guillermo era un hombre de
inteligencia aguda, aunque limitada; Jorge no era inteligente. Y en cuanto a los
inmediatos efectos de su advenimiento, Guillermo se casó con una Estuardo, y subió al
trono como de la mano de los Estuardos ; era una figura familiar, un miembro de la
familia reinante. Pero con Jorge entró en Inglaterra algo nunca visto o muy raras veces;
algo que apenas mencionan los escritos de la Edad Media o el Renacimiento, y eso como
se menciona al hotentote: el brbaro de allende el Rin.
El reinado de la reina Ana, que llena el perodo intermedio entre estos dos monarcas
extranjeros, es, pues, la verdadera poca de transición : es el puente entre los tiempos en
que los aristócratas eran tan dbiles que necesitaban solicitar el auxilio de un hombre
fuerte, y los tiempos en que eran ya tan fuertes que deliberadamente acudan a un hombre
dbil para gobernarse por s mismos. Simbolizar es siempre simplificar, y simplificar
demasiado. Tenien -dolo presente, no hay riesgo en simbolizar aquel estado de cosas
como una lucha entre dos grandes personajes, ambos caballeros y hombres de genio, am-
bos valerosos y conscientes de sus propósitos, pero diametralmente opuestos en todo lo
dems; uno de ellos era Henry St. John, Lord Bolingbroke ; el otro, John Churchill, el
famoso cuanto infame duque de Marlborough. La historia de Churchill es, ante todo, la
historia de la revolución y su xito; la historia de Bolingbroke es la historia de la
contrarrevolución y su fracaso.
Es Churchill un tipo extraordinario, por cuanto ofrece una mezcla de deshonra y de
gloria. Cuando la nueva aristocracia se normalizó, algunas generaciones ms adelante,
produjo tipos de aristocracia, y tambin de verdadera caballera. La revolución nos redujo
al estado de pas gobernado por gentlemen; las universidades y escuelas populares de la
Edad Media, al igual de sus abadas y gremios, haban sido acaparadas y convertidas en
lo que son ahora : fbricas de caballeros, cuando no de snobs. Difcil es entender ahora
que las que hoy llamamos escuelas pblicas, fueron verdaderamente pblicas en otro
tiempo. Pero la revolución las hizo casi tan privadas como ahora lo son. En el siglo
XVIII, al menos, haba grandes caballeros, en el generoso y casi exclusivamente generoso
sentido que se da hoy a la palabra. Eran tipos no sólo honrados, sino de una honradez
romntica y temeraria: se llamaban Nelson y Fox. Ya hemos visto que los ltimos
reformadores destruyeron por fanatismo las iglesias, que los primeros haban comenzado
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a destruir por simple avaricia. Asimismo, los Whigs del siglo XVIII, a menudo
encomiaban, por mera magnanimidad, lo que los Whigs del siglo XVII haban hecho por
mera mezquindad. Para apreciar hasta qu punto era mezquina esta mezquindad, basta
recordar que los grandes he roes militares ni siquiera posean las virtudes milita" res
acostumbradas de lealtad a su pabellón u obediencia a sus superiores, sino que se abran
camino en las campaas que los hicieron inmortales, con el nimo sigiloso de un ladrón
de caminos. Cuando Guillermo desembarcó en Torbay, por invitación de algunos nobles
whigs, Churchill, como para dar un toque ms a su imitación de Iscariote, se acercó a
Jacobo con alambicadas protestas de amor y lealtad, juntó un ejrcito como para defender
la comarca de la invasión, y despus se lo entregó tranquilamente al ,mismo invasor.
Pocos pueden aspirar a realizar tan acabada obra de arte; pero cada uno en su grado, todos
los polticos de la revolución estaban cortados por la misma tijera. Cuando rodeaban el
trono de Jacobo, apenas habra uno que no estuviera en correspondencia secreta con
Guillermo. Cuando ms tarde rodeaban el trono de Guillermo, apenas habra uno que no
continuara en correspondencia secreta con Jacobo. Fueron stos los que derrotaron a los
jacobitas irlandeses, por la traición de Limerick; stos, los que derrotaron a los jacobitas
escoceses por la traición de Glencoe83.
As, la extraa y esplndida historia de Inglaterra durante el siglo XVIII funda su
grandeza en su pequeez, y es una pirmide que se mantiene sobre la punta. O podemos
decir, para variar la metfora, que la nueva oligarqua mercantil se pareca, aun en las
exterioridades, a su grande hermana, la oligarqua mercantil de Venecia. Toda su solidez
estaba en su superestructura, y la fluctuación, en los fundamentos. El gran templo de
Chatham y Warren Hastings84 estaba alzado sobre cimientos tan inestables como el agua
y tan fugitivos como la espuma. Relacionar el elemento inestable con esa inquietud y esa
inconstancia de los seores del mar, es, sin duda, caprichoso. Pero es innegable que en el
origen, si no en las ltimas generaciones, nuestra aristocracia mercantil ofrece un
espectculo, demasiado mercantil por cierto, de algo que tambin se ha notado ya como
argumento contra otro ejemplo ms antiguo de la misma poltica, y que se ha llamado
Punica Pides. El gran monarquista Strafford85, al caminar desilusionado hacia la muerte,
exclamó : Nunca pongis vuestra fe en los prncipes. El gran monarquista Bolingbroke
pudo muy bien haber completado: Y menos en los prncipes mercaderes.
Bolingbroke representa una opinión que pesó mucho en la historia inglesa, pero que
el curso posterior de los sucesos hace ya casi imperceptible. Hay que esforzarse por verla
claramente, para entender el pasado y aun el porvenir de nuestra nación. Los mejores
libros del siglo XVIII estn llenos de ella; pero la cultura moderna parece, con todo, no
advertirla. El doctor Johnson abunda en ella : as cuando denuncia el gobierno de la
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