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da hasta la ciudad sin conseguir su objeto. Sin em-
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bargo, la salida fue aprovechada por los judos,
pues averiguaron cuanto les importaba saber; esto
es, por qu los zaporogos haban partido y hacia
qu sitio se dirigan, con qu jefes, con qu koureni,
cuntos eran, cuntos quedaron, y qu pensaban
hacer. En una palabra, al cabo de algunos minutos
se saba todo en la ciudad. Los coroneles reco-
braron valor y se prepararon a librar batalla. Por el
movimiento y ruido que se haca en la ciudad, Ta-
ras adivinó sus preparativos y por su parte prepa-
róse tambin: arregló su tropa, dio órdenes,
dividió los koureni en tres cuerpos, y formó con los
bagajes una trinchera a su alrededor, especie de
combate en que los zaporogos eran invencibles.
Mandó que dos koureni se emboscasen cubriendo
parte de la llanura de estacas puntiagudas, de ar-
mas destrozadas, de astillas de lanzas, en fin, de
toda clase de obstculos, con la idea de aprovechar
la primera ocasión para echar en ella a la caballera
enemiga. Cuando todo estuvo as dispuesto, diri-
gió la palabra a los cosacos, no para reanimarles y
darles valor, sino porque necesitaba explayar su co-
razón.
-Seores mos, deseo manifestarles lo que es
nuestra fraternidad. Ustedes han sabido por sus
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padres y abuelos en qu honor tenan todos nues-
tra tierra. Ella se ha dado a conocer a los griegos;
ha tomado piezas de oro a Tzargrad32 ha tenido
ciudades suntuosas, y templos, y kniaz33: kniaz de
sangre rusa, y kniaz de su sangre, pero no católicos
herejes. Los paganos lo han robado todo, todo se
ha perdido. Sólo nosotros hemos quedado, pero
hurfanos, y como una viuda que ha perdido un
esposo poderoso; y al par que nosotros, tambin
ha quedado hurfana nuestra tierra. He ah, com-
paeros, en que tiempo nos hemos estrechado la
mano en seal de fraternidad; no existe lazo ms
sagrado que este de la fraternidad. El padre ama a
su hijo, la madre ama a su hijo, y ste ama a su pa-
dre y a su madre, pero, qu significa eso, herma-
nos? tambin las fieras aman a sus hijos. Pero
emparentar por el alma y no por la sangre, he ah
lo que sólo es dado al poder del hombre. En otros
pases se han encontrado compaeros; pero com-
paeros como en Rusia en parte ninguna. Ha su-
cedido, no a uno de ustedes, sino a muchos,
extraviarse en extranjera tierra; pues bien! ustedes
lo han visto: all hay hombres tambin, tambin
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Ciudad imperial, Bizancio
33
Prncipes.
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hay all criaturas de Dios y les hablan como a uno
de ustedes. Pero cuando se trata de decir una pa-
labra salida del corazón, ustedes lo saben bien, son
hombres de espritu, y, sin embargo, no son de los
de ustedes. Son hombres, pero no son los mismos
hombres. No, hermanos, amar como ama un co-
razón ruso, amar, no solamente por el espritu, si-
no por todo lo que Dios ha dado al hombre, por
todo lo que hay en ustedes, ah! dijo Taras, con
un gesto de decisión, sacudiendo su cabeza gris y
levantando la punta de su bigote- no, nadie puede
amar as. S perfectamente que ahora se han i
n-
troducido en nuestro pas prfidas costumbres:
hay algunos que sólo piensan en sus montones de
trigo y de heno, en sus caballadas; sólo se pre-
ocupan en que su aguamiel se conserve en sus bo-
degas; imitan, el diablo lo sabe! los usos paganos;
se avergenzan de su lenguaje; el hermano no
quiere hablar con su hermano, y aun llega a ven-
derle como se vende en un mercado a una bestia;
prefieren el favor de un rey extranjero, y no ya de
un rey, sino el menguado favor de un magnate
polaco que con su bota amarilla les golpea el hoci-
co, a toda la fraternidad. Pero, a pesar de esto, en
el ltimo de los cobardes, aunque se haya mancha-
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do de lodo y de servilismo, hay todava un grano
de sentimiento ruso; y un da desventurado! se
despertar y herir con los dos puos los faldones
de su caftn; apretar su cabeza entre sus dos ma-
nos y maldecir su cobarde vida, dispuesto a com-
prar de nuevo por el suplicio una innoble
existencia. Que sepan todos, pues, lo que significa
en Rusia la fraternidad. Y si ha llegado el momento
de morir, ciertamente que ninguno de ellos nin-
guno! morir como nosotros. Esto no es dado a
su naturaleza de ratón.
Esto dijo el ataman; y concluida su peroración,
meneó todava su cabeza que haba encanecido en
la vida de cosaco. Todos los que le escuchaban
quedaron profundamente conmovidos por este
discurso que penetró hasta el fondo de sus cora-
zones. Los guerreros ms antiguos permanecieron
inmóviles, inclinando sus cabezas grises hacia tie-
rra; una lgrima brillaba en sus viejas pupilas, que
enjugaron lentamente con la manga, y todos a
una, como impulsados por un mismo resorte, hi-
cieron a la vez su gesto acostumbrado para expre-
sar que se ha tomado un partido, y menearon
resueltamente sus cabezas. Taras haba puesto el
dedo en la llaga.
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Vease salir de la ciudad el ejrcito enemigo al
son de las trompetas y clarines, as como los no-
bles polacos, con la mano en la cadera, y rodeados
de un numeroso squito. El obeso coronel daba
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